Todo esto produce diferentes tipos de reacción, algunos aplaudidores de turno y están aquellos que son capaces de darse cuenta del riesgo y el ataque a la libertad que esto supone.
En todo caso en una sociedad democrática existen resortes judiciales para dilucidar si se cometió algún dolo desde los medios de comunicación.
Pero existe una censura subliminal, ejercida desde la indiferencia y la desidia.
Una censura del olvido, cual maquiavélica intención, dejar “morir” al medio de comunicación.
Una censura disimulada con lindos discursos, abrazos y besos, propios de un “Gran Hermano”, que también decide quien se va de la casa.
Una censura que toca profundamente la justicia social, donde hermanos de la misma casa viven en la desigualdad vista, de suntuosa vida para algunos y pobreza extrema para otros.
Una censura que viene de la mano del favoritismo en el reparto de la información , que generalmente no llega o llega tarde, llegando incluso en algunos casos a pagar espacios en medios considerados “importantes”, ignorando al “Pequeño Hermano” de la comunicación.
Lo doloroso es que esta censura no viene de un gobierno o de un grupo de poder económico, sino que sucede dentro del ámbito de la propia institución a la que se pertenece y se brinda el servicio.
Esto pasa dentro de la Iglesia Católica, mostrando una curiosa forma de “cuidar” el apostolado de la comunicación.
Concepción del Uruguay,Entre Ríos, Argentina
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El Derecero:
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sábado, 20 de enero de 2024
Nos invaden los Medios nacionales.
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