En un mundo que “progresa” a pasos agigantados, según indican los números y las estadísticas, es lamentable constatar que millones de seres humanos “viven”, una manera de decir, por debajo de la línea de la pobreza.
El Evangelio nos acusa por esos hermanos necesitados.
Es verdad que surgen permanentemente instituciones, asociaciones, y organizaciones dedicadas a paliar en algo la necesidad de los demás.
Nadie duda del inmenso servicio que muchas personas sensibles realizan en esos lugares., tan diversos, como casas de acogida, hogares de día, comedores, roperos comunitarios y muchas mas, incluso el estado facilita la creación dentro de sus esferas de acción, oficinas y secretarias para la atención de los “pobres”, y hasta muchos geriátricos se consideran necesarios dada la situación de tantos ancianos.
Acostumbrados a la pobreza
Abundan los espectáculos, donde mediante “un alimento no perecedero” nos tranquilizamos a modo de pastillas para la conciencia.
Uno tiene la sensación que hay una organización por cada necesidad y por otra parte libera a muchos de su responsabilidad en la construcción de la sociedad fraterna y justa.
Mi pensamiento es que todo esto pone al descubierto una solidaridad defectuosa y muchas veces un asistencialismo encubierto.
Una sociedad solidaria, a la manera de Jesús, haría innecesario el asistencialismo, necesitamos una ética del amor, que produzca frutos sin campañas mediáticas, resultantes por la sola causa de una armonía que termine con el “pocos que tienen muchos y muchos, poco”.
Una ética del amor, sin categorías de seres humanos señalados como drogadictos, discapacitados, desocupados, excluidos, marginales, que cada uno tenga un lugar en su tierra y en su patria, que no se imponga el “tanto tienes, tanto vales”, una ética del amor, donde el corazón mande nuestras acciones y la racionalidad un atributo de todos.
El denles ustedes de comer sigue retumbando ¿hasta cuando
Concepción del Uruguay,Entre Ríos, Argentina
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