Acaba de celebrarse el 49 aniversario de la famosa Encíclica Humanae Vitae, del beato Pablo VI, sobre la regulación de la natalidad, y entramos en el cincuentenario de su promulgación, que fue el 25 de julio de 1968.
Durante este cincuentenario es muy posible que el papa Francisco canonice al papa Montini, que clausuró el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Hoy muchos recordarán la gran polémica que rodeó la publicación de la encíclica de Pablo VI y las circunstancias históricas del documento.
El tema de la regulación de la natalidad tenía un interés y una actualidad muy altos.
Hacía dos años y medio que había terminado el Concilio, que representó –y representa—una puesta al día (aggiornamento) de las estructuras y la pastoral de la Iglesia. Pero no fue una revolución, sino una puesta al día.
¿Qué dice la Humanae Vitae?
Leída con atención la Humanae Vitae, se observa el interés del Papa en llegar a defender “una visión global del hombre” y “la verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal” (HV, n. 7-8), cuya “fuente suprema es Dios, que es amor”, citando a san Juan. El amor, dice, debe ser “fiel y exclusivo” (HV, n. 9).
La encíclica defiende una “paternidad responsable”, que se obtiene de una “recta conciencia” y con el “dominio necesario que han de ejercer la razón y la voluntad” frente a las “tendencias del instinto”. Para ello conviene “respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial”, e introduce el principio de que son “inseparables” los aspectos “unión y procreación” en el acto matrimonial (HV, n. 12).
Pablo VI señala que el uso de anticonceptivos es lícito (HV, n. 15) para fines terapéuticos (curar enfermedades) y asegura (HV, n. 14) que las “vías lícitas para la regulación de los nacimientos”, son por ejemplo las que usan por ejemplo los periodos infecundos, pero afirma que son “ilícitos los medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias”.
La encíclica hace también un llamado a las autoridades para que contribuyan a crear un ambiente limpio que salvaguarde las costumbres morales y “no se degrade” la moralidad de los pueblos. Las autoridades “pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico” con una cuidadosa protección de la familia.
Al mismo tiempo pide “a los hombres de ciencia” (HV, n. 24) que contribuyan “al bien del matrimonio, de la familia y a la paz de las conciencias” (Gaudium et Spes) y les propone investigar para encontrar soluciones favorables a controlar la natalidad a través de la observancia de “los ritmos naturales”: “no puede haber una verdadera contradicción entre las leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y aquellas que favorecen un auténtico amor conyugal”.
Concepción del Uruguay,Entre Ríos, Argentina
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